En un mundo que se mueve cada vez más rápido, donde vivir se convierte en un reto enorme, las cifras de migración se convierten en estadísticas frías.
Según datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), actualmente hay más de 281 millones de personas viviendo fuera de sus países de origen, lo que representa aproximadamente el 3.6% de la población mundial. De ese número, un 10.1% son niños y niñas.
Cada 18 de diciembre se conmemora el Día Internacional del Migrante, una fecha que nos recuerda el coraje y la determinación de millones de personas, sino que también nos invita a reflexionar sobre las historias humanas detrás de cada paso que dan quienes se ven obligados a dejar todo atrás en busca de una vida mejor.
Cruzar fronteras con sueños
Se dice que 1 de cada 30 personas en el mundo es migrante. Pero, migrar no es sólo un acto de valentía; es, en muchos casos, un acto de supervivencia. Huir de la pobreza, la violencia o la falta de oportunidades no es una elección sencilla, es una necesidad.
Quienes migran llevan consigo más que una maleta. Llevan recuerdos de un hogar que no siempre fue seguro, despedidas que dejaron cicatrices y un sueño que los empuja a seguir adelante. Caminan con la esperanza de que al otro lado de la frontera, del océano o del desierto, encontrarán un lugar donde puedan vivir sin miedo y construir un futuro digno.
Son madres y padres que sueñan con darles a sus hijos un futuro más seguro, jóvenes que buscan escapar de la violencia o encontrar oportunidades que en su país de origen son imposibles de alcanzar.
Pero el camino no es fácil. Enfrentan riesgos inimaginables: condiciones inhumanas en rutas peligrosas, explotación laboral, discriminación, xenófobia, barreras legales y, en los peores casos, la pérdida de la vida misma.
Un recordatorio urgente
Históricamente, la migración ha sido una fuerza transformadora. Las y los migrantes aportan su cultura, habilidades y trabajo, que enriquecen a las sociedades a las que llegan.
Buscar un lugar y mejores condiciones de vida no debería ser visto como un crimen, el problema no son las y los migrantes, es el mismo sistema que los obliga a desplazarse. Es momento de cuestionar las políticas de exclusión, a derribar los muros —físicos y simbólicos— que dividen a la humanidad.
Este día es un recordatorio de que tenemos la responsabilidad de construir un mundo más justo, donde nadie tenga que abandonar su hogar por desesperación y donde quienes lo hagan encuentren apoyo, empatía y respeto. Porque todas y todos, en algún momento, hemos sido o podríamos ser migrantes en busca de un lugar donde podamos ser libres, felices y humanos.
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