Recientemente, salió a la luz un video, el cual ha encendido la indignación en todo el país, al exhibir un acto de humillación y violencia perpetrado por agentes de la Policía Municipal de Celaya. Las imágenes, aunque grabadas en 2020, muestran cómo los uniformados insultan, golpean y obligan a dos jóvenes a tocarse y besarse bajo amenazas de muerte.
Este caso no sólo pone en evidencia el abuso de poder, sino que también expone cómo la homofobia sigue siendo una herramienta de control y denigración institucional.
En el video, se escucha claramente cómo un policía grita a los jóvenes: “¡Bésense bien! ¡Órale, hijos de su puta madre o los mato!”, mientras otros agentes, incluido el actual comisario de las Fuerzas de Seguridad Pública del Estado en la región IV, Christian Eduardo Morales Palomino, observan y sueltan carcajadas.
La humillación no terminó ahí. Los jóvenes también fueron forzados a golpearse entre ellos mientras una mujer policía, presuntamente quien grabó las imágenes, les grita: “¡Ahora por putos!”.
Violencia extrema y abuso de poder
La agresión escaló cuando los jóvenes fueron pateados por varios agentes tras caer al suelo durante el “pleito” forzado. En las imágenes se puede observar a un policía que utiliza una tabla para golpear a uno de ellos, mientras sus compañeros participan activamente en la agresión y lo permiten con total indiferencia. Morales Palomino incluso aparece en el video cruzando frente a la cámara mientras ríe, dejando en claro su complicidad.
Estos actos de violencia, burlas y humillaciones dejan al descubierto una cultura institucional que normaliza el abuso de poder y utiliza la homofobia como una herramienta para degradar y someter.
La orden de besarse, dada como un castigo, no sólo fue un acto de violencia, sino una forma de reforzar prejuicios y perpetuar estigmas en torno a la orientación sexual, reales o asumidos, de las víctimas.
Homofobia: un problema sistémico
Este caso no es un hecho aislado, sino un reflejo de cómo la homofobia y la violencia están profundamente arraigadas en ciertas instituciones. La humillación a la que fueron sometidos estos jóvenes fue un acto de violencia, pero también una forma de reforzar dinámicas de poder que deshumanizan y vulneran a las personas.
La participación activa de los agentes, las risas cómplices y la permisividad de figuras como Morales Palomino dejan en claro que el problema va más allá de los actos individuales. Es un síntoma de una cultura institucional que fomenta y normaliza el abuso, perpetuando prácticas discriminatorias bajo un manto de impunidad.
Justicia y reparación: una exigencia urgente
La difusión de este caso debería ser un punto de inflexión para las autoridades y la sociedad. No basta con una investigación interna sin consecuencias claras.
Los responsables deben ser sancionados de manera ejemplar, y las instituciones deben asumir el compromiso de erradicar la homofobia y el abuso de poder de sus prácticas. Además, es imprescindible garantizar justicia y reparación para las víctimas de estos actos.
La confianza en las instituciones de seguridad ya está severamente dañada, y casos como este no hacen más que profundizar la brecha entre la ciudadanía y quienes deberían protegerla.
La violencia, la humillación y la discriminación no pueden ser toleradas bajo ninguna circunstancia, mucho menos cuando provienen de quienes juraron proteger los derechos de las personas. Mientras la impunidad y la homofobia sigan siendo parte del uniforme, los ciudadanos estarán desamparados frente al abuso. Porque en México no podemos permitir que el odio y la violencia sean políticas de Estado.
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