No, gentrificación e inmigración no es lo mismo

Con el endurecimiento de las deportaciones en Estados Unidos, ha surgido una nueva preocupación: ¿el retorno de inmigrantes podría empeorar la gentrificación en México y América Latina? Aunque a simple vista pueda parecer lógico, la realidad es mucho más compleja. 

Inmigración y gentrificación no son sinónimos, y confundirlos puede llevar a discursos peligrosos y simplistas que desvían la atención de los verdaderos responsables de la crisis de vivienda.

La inmigración no es el problema

Las ciudades (y países en general) han sido moldeadas por la migración desde siempre. El movimiento de personas en busca de mejores oportunidades es parte natural del desarrollo urbano. Decir que la llegada de inmigrantes genera gentrificación es ignorar cómo funcionan realmente los procesos que encarecen la vida en una ciudad.

La gentrificación surge de procesos de desigualdad económica: cuando personas o inversores con mayor poder adquisitivo se instalan en zonas tradicionalmente habitadas por sectores de menores ingresos, el aumento en la demanda inmobiliaria (y el encarecimiento de todo el entorno en general) eleva los precios y desplaza a los residentes originales. Es un fenómeno que no surge por el hecho de que alguien nuevo se mude a un lugar. 

Si no son los inmigrantes, ¿quién está gentrificando?

Muchos han señalado a los llamados “nómadas digitales” como los principales responsables de la gentrificación en ciudades como la Ciudad de México. Es cierto que su presencia ha tenido un impacto en los precios de la vivienda, pero el problema va más allá de su llegada.

Los mayores beneficiados de este fenómeno son las inmobiliarias, propietarios y empresarios que han encontrado una oportunidad de negocio en la creciente demanda de vivienda para extranjeros con altos ingresos. No es casualidad que existan plataformas y agentes especializados en rentas para extranjeros exclusivamente, promoviendo la idea de que estas ciudades son un destino atractivo para ellos, a costa de las y los habitantes locales.

La incertidumbre económica alimenta la especulación

Además, el contexto actual en Estados Unidos ha hecho que muchas personas busquen refugio en inversiones inmobiliarias. En tiempos de crisis, comprar propiedades se percibe como una opción “segura” (no siempre es así), lo que genera más especulación y encarece aún más el acceso a la vivienda.

Si la situación en Estados Unidos sigue deteriorándose, es probable que más personas busquen salir de su país. Pero eso no significa que la inmigración vaya a ser la culpable del encarecimiento de la vivienda en América Latina. La gentrificación no ocurre porque alguien llegue a vivir a otro país, sino porque existen condiciones económicas que permiten que la vivienda se convierta en un negocio para unos pocos.

Culpar a los inmigrantes es desviar la atención del verdadero problema

Reducir la crisis de vivienda a un tema de inmigración es una visión equivocada, pero sobre todo es dañina porque encubre a los verdaderos responsables: los grandes inversionistas y actores locales que se benefician de la especulación inmobiliaria. 

Además, este discurso termina afectando a quienes menos tienen, pues la hostilidad social no se dirige a los grandes empresarios, sino a las y los inmigrantes que llegan con menos recursos y pocas opciones. 


La gentrificación y la crisis de vivienda son problemas de desigualdad y especulación, no de inmigración. En lugar de responsabilizar a quienes buscan una oportunidad tras ser expulsados de su país, es momento de cuestionar a quienes sacan provecho de estas dinámicas.


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