Cada mañana, millones de personas en México y el mundo empiezan su día con una taza de café. Es parte de la rutina, del trabajo, de las reuniones con amigas y amigos. Pero detrás de cada sorbo hay una historia que como consumidores no vemos: la de los pequeños productores que cultivan el café y que, paradójicamente, apenas pueden vivir de él.
Café de México: una industria millonaria construida sobre la pobreza
México es un país cafetero por excelencia, considerado el onceavo productor de café a nivel mundial y uno de los principales exportadores de café orgánico. Sus granos son reconocidos internacionalmente, pero quienes lo cultivan enfrentan una realidad muy distinta. El precio que reciben es tan bajo que, en muchos casos, no cubre ni los costos de producción.
¿Por qué? Porque no pueden vender directamente. Dependen de intermediarios que les compran a precios injustos y luego revenden el café con enormes ganancias. Los caficultores están atrapados en un sistema que los mantiene en la pobreza, mientras las grandes marcas presumen café “sostenible”.
De acuerdo con el informe “Explotación y opacidad: La realidad oculta del café mexicano en las cadenas de suministro de Nestlé y Starbucks”, estas dos empresas son las que más café compran en México. Pero ellas no tratan directamente con los productores, sino que compran a través de tres grandes intermediarios: ECOM Agroindustrial Corp. Limited (ECOM), Neumann Kaffee Gruppe (NKG) y Louis Dreyfus Company B.V. (LDC).
Estos intermediarios tienen el control del mercado y pueden fijar precios a su conveniencia, se podría decir que también controlan la vida de las y los trabajadores, ya que ejercen un poder desmedido sobre la cadena de producción. Los caficultores no tienen muchas opciones: si quieren vender su café, tienen que aceptar lo que les ofrecen, aunque eso signifique perder dinero.
Aunque los productores de café intentaran vender su producto de manera independiente enfrentarían muchas barreras, como la falta de infraestructura, la dificultad para encontrar espacios donde ofertar sus productos y, sobre todo, la presión de estos gigantes del mercado.
A nivel nacional, se estima que al menos el 70% de la producción del café proviene de población indígena. Al ser comunidades históricamente olvidadas, enfrentan explotación y pobreza, puesto que las prácticas de estas grandes corporaciones son todo menos justas y éticas.
Todo esto perpetúa un ciclo de desigualdad y amenazas de las que a los productores de café les es imposible librarse, poniendo en riesgo no solo su bienestar, sino también de la biodiversidad que protegen.
El Estado también es cómplice
El gobierno mexicano juega un papel clave en este sistema, ya sea a través del respaldo de actores estratégicos o mediante el financiamiento estatal que favorece a las grandes corporaciones. Esto no solo amenaza el equilibrio social y ambiental de las regiones cafetaleras, sino que también fortalece un modelo de explotación.
Por otra parte, las certificaciones y colaboraciones con entidades gubernamentales, como el Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (INIFAP), junto con el apoyo a intermediarios y monopolios como ECOM, han servido más para legitimar estas dinámicas desiguales que para mejorar realmente las condiciones de vida de los productores, perpetuando su dependencia de las grandes empresas.
Muchos cafés presumen etiquetas como “orgánico”, “de comercio justo” o “sostenible”. Pero la realidad es que muchas de estas certificaciones no garantizan que los productores hayan recibido un pago justo.
De hecho, algunas de estas certificaciones son otorgadas por organizaciones que tienen vínculos con las mismas empresas que dominan el mercado. Es un círculo vicioso e injusto donde los mismos que se benefician se presentan como los héroes del café “ético”.
¿Cuál es la solución? ¿Dejar de tomar café?
No se trata de boicotear el café y decir “ya nadie tome nunca café”, tampoco de sentir culpa por cada taza que tomamos. La realidad es que dentro del capitalismo no existe el consumo completamente ético.
Pero, lo que sí podemos hacer es informarnos y compartir información. Mientras más personas sepan lo que sucede, más presión podemos hacer para cambiar el sistema (o al menos intentarlo).
Bien dicen que es la era digital y sabemos el impacto que tienen las redes sociales hoy en día, entonces ¿por qué no usarlas para exigirles a las grandes empresas tratos justos a los productores, y presionar para que ofrezcan mayor transparencia sobre el origen de su café?
También podemos apoyar marcas que realmente sean justas con los productores. Existen cooperativas de caficultores que venden directamente al consumidor, sin intermediarios explotadores. Vale la pena investigar sobre ello e intentar tomar mayor conciencia de cómo nuestras decisiones pueden perjudicar a ayudar a ciertas comunidades.
La próxima vez que tomes una taza de café, recuerda: alguien trabajó duro para que esa bebida llegara a ti. ¿No crees que merece un pago y trato justo por ello?
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