Otra vez, la indignación religiosa se vuelve excusa para callar una expresión artística. Esta vez, el blanco de la polémica es La venida del Señor, una exposición del artista Fabián Cháirez en la Academia de San Carlos de la UNAM.
Sus nueve pinturas fueron calificadas como un acto de “cristianofobia”, al punto de que la Asociación de Abogados Cristianos reunió más de 9,000 firmas para denunciar al artista ante el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED). ¿El argumento? Que sus representaciones de monjas y cardenales en situaciones de placer y poder sexual constituyen una burla a la fe.
Toda esta presión hizo que la UNAM suspendiera la exposición tras un amparo promovido por la Comunidad Católica Universitaria de la misma institución. Y con esto, la censura se disfrazó de defensa de la fe.
El tabú de la sexualidad dentro de la Iglesia
En sus pinturas, Cháirez muestra a monjas, sacerdotes, y demás figuras de la Iglesia en escenas de deseo y placer. Y justamente, para la Iglesia, esto es inaceptable porque, primero, contradice la norma del celibato, esa regla que las y los obliga a abandonar una vida sexual activa.
En segundo lugar, que en las pinturas se muestre el deseo entre personas del mismo género, parece ser más escandaloso, porque si hay algo que la religión se ha empeñado en rechazar sistemáticamente, es la diversidad sexual.
Sin embargo, múltiples líderes eclesiásticos reconocen que el celibato se trata más de una norma que de una práctica realmente seguida, incluso el Papa Francisco ha admitido que el celibato “no es un dogma de fe” y que podría reconsiderarse en el futuro.
Las pinturas, en cambio, los muestran en un estado de goce, sin arrepentimiento ni castigo. Y eso es lo que más molesta: que no hay culpa, que el deseo es visto como algo natural en lugar de un pecado que deba ocultarse.
El arte como espejo incómodo
El objetivo de La venida del Señor no es insultar la religión, sino abrir un espacio de reflexión. Fabián Cháirez reinterpreta el éxtasis místico —una experiencia de comunión con lo divino— y lo pone en diálogo con el éxtasis sexual. Esta conexión no es nueva en el arte.
En 1652, Gian Lorenzo Bernini esculpió El éxtasis de Santa Teresa, una obra cargada de erotismo en la que la santa aparece con los ojos cerrados y la boca entreabierta mientras un ángel la atraviesa con una flecha. Y, sin embargo, esa escultura se encuentra en la iglesia de Santa María de la Victoria en Roma.
¿Por qué entonces la obra de Cháirez sí se considera ofensiva? Quizá porque toca un tema que la Iglesia sigue intentando negar: la existencia de la vida sexual dentro de la iglesia. Mientras que Bernini representó el placer místico de una santa, Cháirez muestra monjas y cardenales disfrutando de su cuerpo en un espacio donde se supone que esto no puede existir.
¿Censura en la UNAM?
Otro aspecto preocupante de esta polémica es la decisión de la UNAM de retirar la exposición. Como la principal universidad pública del país —autónoma y laica—, su deber es defender la libertad de expresión, el debate y la producción artística.
Al ceder a la presión de un grupo religioso, no solo restringe el acceso al arte, sino que también pone en duda su compromiso con la libertad de pensamiento. En lugar de propiciar una discusión sobre el significado de las obras y la relación entre arte y religión, optó por el silencio y la censura.
¿La obra de Cháirez es “cristianofobia”?
Hablar de cristianofobia en un país donde casi el 80% de la población se identifica como cristiana o católica no tiene sentido. Lo que está ocurriendo aquí no es un ataque a la religión, sino un intento de censura disfrazado de indignación moral.
Además, la obra de Cháirez no es un discurso de odio, es un cuestionamiento. No busca destruir la fe, más bien señala una contradicción dentro de una institución que ha impuesto reglas sobre el deseo mientras lidia con su propia incapacidad para cumplirlas.
El problema no es el arte, sino el miedo a la conversación que provoca. Pero la censura no hace desaparecer una realidad incómoda, solo la aplaza. Y La venida del Señor ya logró lo que todo arte debe hacer: obligarnos a mirar donde no queremos.
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