Desde siempre, lo oculto, llámese paranormal, misterioso o simplemente incomprensible, ha sido un imán para nuestra curiosidad. En el cine, este interés se ha manifestado de manera poderosa en el género de terror, un espacio donde nuestros miedos más profundos toman forma y donde las ansiedades sociales encuentran un reflejo escalofriante.
Sin embargo, el cine de terror es un género construido principalmente bajo la mirada masculina. Esto ha dado lugar a una representación femenina basada en estereotipos rígidos que oscilan entre dos extremos: la mujer buena e inocente, destinada a ser salvada o sacrificada, y la mujer perversa, cuya transgresión merece un castigo brutal.
Esta construcción no es inocente ni casual. Responde a una lógica patriarcal que ha dominado el cine en general y el terror en particular. A lo largo de la historia, el género ha servido como una forma de explorar y proyectar los miedos de la sociedad, y en ese reflejo las mujeres han sido, con demasiada frecuencia, objetos de violencia y subordinación.
Pero, ¿qué pasa cuando esas mujeres dejan de ser solo víctimas y se convierten en heroínas, monstruos o incluso las creadoras del horror? ¿Cómo cambia el cine de terror cuando las mujeres toman el control de la narrativa?
La mujer en el terror clásico: víctima y objeto de la mirada masculina
Si observamos los clásicos del cine de terror, es evidente que los hombres dominan los roles de poder: son los monstruos que aterrorizan, los científicos que experimentan con lo desconocido, los héroes que llegan a salvar el día. Las mujeres, en cambio, han sido tradicionalmente encasilladas en el papel de víctimas: la damisela en peligro que corre aterrada, la scream queen cuyo grito anuncia su destino fatal.
Este patrón no es exclusivo del cine, sino que refleja una narrativa que se ha repetido en diversas expresiones culturales: la mujer como ser vulnerable, cuya virtud debe ser protegida o castigada según el caso.
Las final girls y el cine de venganza
Y aunque parezca increíble, aún persiste el mito de que el terror es un género exclusivo para el público masculino, quizá basado en la idea errónea de que las emociones intensas no “encajan” con la sensibilidad femenina. Sin embargo, la realidad es que las mujeres siempre han sido grandes consumidoras del género.
Con el auge del feminismo en los años 70, surgió una demanda por una representación femenina más justa y compleja en el cine. Fue entonces cuando los personajes femeninos comenzaron a evolucionar: aunque seguían siendo perseguidos y atacados, dejaron de ser simples víctimas pasivas.
Así nació la figura de la Final Girl, un concepto acuñado por la teórica Carol J. Clover en Men, Women, and Chainsaws (1992). Estas mujeres ya no eran solo víctimas; ahora sobrevivían y se enfrentaban al monstruo o asesino. Laurie Strode (Halloween, 1978), Nancy Thompson (Pesadilla en Elm Street, 1984) y Ellen Ripley (Alien, 1979) se convirtieron en íconos de resistencia, pero su fortaleza tenía una condición: debían ser “puras”.
Las Final Girls solían ser jóvenes sin vida sexual activa, mientras que sus amigas más despreocupadas morían en las primeras escenas, perpetuando aún ciertos ideales conservadores.
Por otro lado, el subgénero del rape-revenge llevó esta transformación un paso más allá. En estas películas, la mujer ya no solo sobrevive, sino que se convierte en el agente de su propia venganza. Sin embargo, este tipo de cine ha generado debates: ¿es realmente una subversión del tropo de la víctima o es solo una manera más de explotar el trauma femenino para generar espectáculo?
Esto último, pensando, sobre todo, en la forma que la mirada masculina retrata la violencia hacia la mujer y en especifico, la violencia sexual. Ese trauma que muchas veces lo retrata de manera simplista, centrándose en el abuso explícito.
Cuando la mujer es el monstruo: El horror de la autonomía
En las últimas décadas, el cine de terror ha dado un giro más radical: ya no solo muestra a mujeres sobreviviendo al horror, sino que las convierte en el horror mismo. Y no en el sentido tradicional de la “bruja malvada” o la “femme fatale”, sino como figuras que encarnan los miedos de la sociedad hacia la independencia femenina.
Películas como Carrie (1976) o Ginger Snaps (2000) usan el terror para hablar del cuerpo femenino como algo incontrolable y amenazante. En Raw (2016), de Julia Ducournau, el despertar de la sexualidad de la protagonista se convierte en un horror corporal donde el canibalismo es la metáfora central. Y en The Babadook (2014), de Jennifer Kent, el duelo materno se transforma en un monstruo literal que devora la cordura de su protagonista.
La feminidad también puede ser la fuente del miedo, porque una mujer con poder sigue siendo un concepto que asusta.
Más allá de todo: las mujeres detrás de la cámara
Mientras las mujeres en pantalla han pasado de ser víctimas a sobrevivientes, heroínas y hasta monstruos, el verdadero cambio se ha dado cuando ellas han tomado el control detrás de la cámara. Durante mucho tiempo, el terror ha sido dominado por directores hombres, lo que ha limitado la diversidad de perspectivas y temáticas dentro del género.
La crítica Alison Butler señala que el cine de mujeres no se define únicamente por el género de sus creadoras, sino por su posición en la cultura y la manera en que abordan sus historias. Las directoras de terror han irrumpido en la narrativa establecida, para incluir nuevas temáticas y transformar la forma en que se cuentan.
En ese sentido, no se trata de incluir personajes femeninos fuertes, sino de cambiar la narrativa misma, de abordar el miedo desde otro ángulo. Muchas directoras han utilizado el terror para hacer una crítica politizada a la violencia de género, al acoso y a la desigualdad, abordando estos horrores desde sus propias experiencias y no desde la fantasía masculina.
Un ejemplo claro es M.F.A. (2017) de Natalia Leite, que aborda la violencia sexual desde una perspectiva que se aleja del morbo o la cosificación con la que suele tratarse este tema en manos de directores hombres.
México y el terror dirigido por mujeres
México tiene una relación profunda con el terror. Desde el cine inspirado en el folklore paranormal hasta el realismo brutal de historias de violencia y narcotráfico, el horror mexicano ha evolucionado con el tiempo. Pero, claro, no es sorpresa que las directoras mexicanas sean invisibilizadas.
Pese a todo, las directoras mexicanas han logrado lo que muchos no creían posible: hacer del miedo algo profundamente femenino y, al mismo tiempo, universal.
Issa López irrumpió en el género con Vuelven (2017), una obra que fusiona lo sobrenatural con el realismo de la violencia en México. Aquí, el terror no viene de un asesino con máscara ni de un espíritu vengativo, sino de la realidad: los cárteles, la infancia perdida, el miedo cotidiano de crecer en un país donde la muerte es una sombra constante.
Si Vuelven nos mostró el miedo desde la infancia, Huesera (2022) nos lleva a otro espacio aterrador: la maternidad. Michelle Garza Cervera usa el horror corporal para explorar el miedo a la pérdida de identidad que muchas mujeres enfrentan al convertirse en madres.
Gigi Saul Guerrero, también conocida como “La Muñeca del Terror”, ha demostrado que el cine de género puede ser ferozmente político. Con trabajos como Bingo Hell (2021) y su participación en México Bárbaro (2014), ha utilizado el terror para hablar de temas como la gentrificación, la opresión de las comunidades latinas y el choque cultural, demostrando que las mujeres también pueden hacer horror visceral, violento y sin concesiones.
El futuro del cine de terror es femenino
La mujer en el cine de terror ha pasado de ser una víctima a una sobreviviente, de ser un símbolo de pureza a convertirse en el propio horror. Y ahora, más que nunca, está tomando el control de la historia.
Las directoras mexicanas están cambiando el género desde sus raíces, dándole nuevas perspectivas, nuevos monstruos y nuevas protagonistas. Su cine nos recuerda que el cine es un acto político.
Y en un mundo donde la autonomía femenina sigue siendo un tema de debate, el horror sigue siendo un espacio donde la mujer puede gritar, luchar y, finalmente, tomar el control de la narrativa. Porque, al final del día, en el cine de terror y en la vida real, las mujeres ya no están dispuestas a ser solo las víctimas.
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