Desde que somos muy jóvenes, el sexo nos llega más por pantallazos —películas, series, porno— que por una verdadera educación sexual. Al ser un tema tabú, muchas veces crecemos sin conversaciones reales, sin información clara y con un montón de mitos dando vueltas.
Así, la idea que se forma en nuestra cabeza sobre lo que “debería” ser el sexo está basada en escenas actuadas y expectativas que nada tienen que ver con el respeto, el consentimiento o el placer genuino.
El problema es que esos referentes no solo distorsionan lo que esperamos del sexo, también afectan la forma en que vemos nuestros propios cuerpos, nuestras relaciones y hasta nuestra autoestima. Cuando todo lo que conoces del sexo viene del porno o las películas, es fácil creer que si no te ves de cierta manera, si no actúas de cierta forma o si no vives experiencias extremas, entonces “algo anda mal”.
Tener una sexualidad sana empieza por reconocer que el sexo real no se parece al que vemos en las películas o en el porno.
Mitos que nos siguen afectando
Algunas de las ideas erróneas que nos dejó este bombardeo de “sexo de ficción” son:
- El sexo siempre es espontáneo: en la vida real, requiere comunicación, consentimiento, acuerdos, ¡y hasta planificación!
- Todo debe salir perfecto y ser increíble desde el primer intento: en verdad, a veces pasan accidentes, nervios, risas… y está bien.Siempre hay orgasmos simultáneos: la realidad es que el ritmo y la respuesta sexual varían muchísimo entre personas.
- El tamaño lo es todo: uno de los mitos más dañinos para la autoestima masculina. El placer sexual no depende de medidas.
- El sexo es una “performance”: pareciera que hay que “actuar bien” en lugar de simplemente disfrutar.
Estos mitos no solo generan inseguridades y expectativas poco realistas, también contribuyen a que muchas personas sientan que sus cuerpos, su forma de desear o de disfrutar, no son “normales”.
¿Qué consecuencias tiene creer en ese “sexo de ficción”?
Cuando creemos que el sexo real debe parecerse al de las películas o al porno, caemos en trampas emocionales muy fuertes.
Mucha gente empieza a sentir:
- Vergüenza de su cuerpo, porque no se ve como el que nos enseñan.
- Ansiedad de desempeño.
- Desconexión con su propio placer, enfocándose más en “hacerlo bien” que en sentir y disfrutar de verdad.
- Que el consentimiento es opcional o que basta con “interpretar” gestos.
- Que el sexo tiene que ser rápido, ruidoso y extremo todo el tiempo para ser “bueno”.
Además, estos estereotipos pueden reforzar ideas machistas o muy tóxicas sobre el consentimiento, la presión sexual o el “rol” que cada quien debe cumplir en una relación. Todas estas ideas dañinas, le quita a las personas la posibilidad de vivir su sexualidad de forma sana.
¿Qué sí es el sexo real y sano?
El sexo real a veces es torpe, otras veces es divertido, otras veces es emocional, intenso, tierno, salvaje o simplemente tranquilo.
Requiere comunicación, consentimiento y respeto. Tampoco existe un cuerpo “ideal” para disfrutar o dar placer. Cada cuerpo, con su forma, su ritmo, es válido y suficiente.
La educación sexual real —esa que a veces ni en la escuela ni en casa nos dan— debería ayudarnos a entender que el sexo no se trata de cumplir fantasías cinematográficas, sino de conocernos, respetarnos y disfrutar sanamente, sin presiones.
El sexo sano es mutuo, consentido, respetuoso y emocional. Es un acto donde ambas partes se sienten seguras, libres de decir lo que quieren o no quieren, libres de explorar y experimentar sin sentir que están siendo juzgadas o forzadas.
Un encuentro sexual real no tiene que verse como una película. Tiene que sentirse cómodo, conectado, placentero y, sobre todo, respetuoso.
Tener una sexualidad sana no significa “saber hacer todo”, sino saber escuchar, comunicarse, respetar y cuidarse mutuamente.
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