En México tenemos memoria corta, pero no tanto. Esta semana el nombre del expresidente Ernesto Zedillo volvió a sonar, todo a raíz de que la presidenta Claudia Sheinbaum lo señaló por convertir el Fobaproa en una deuda interminable. Y de ahí, no pararon las comparaciones entre Zedillo y AMLO, porque sí en ambos sexenios, quienes acabaron pagando los platos rotos fueron las y los mexicanos.
Zedillo y el Fobaproa
Zedillo fue presidente de 1994 a 2000. Asumió el cargo en medio del caos: asesinatos políticos, incertidumbre financiera y una bomba económica a punto de explotar. El famoso “error de diciembre” fue una crisis que terminó devaluando el peso.
Solo imagínatelo, el peso mexicano experimentó una devaluación cercana al 300% frente al dólar. Lo que trajo como consecuencia la inflación y una drástica disminución del capital en las instituciones bancarias, lo que llevó a la quiebra a miles de empresas y, claro, miles de personas se quedaron sin empleo.
Los créditos que mucha gente había solicitado en ese entonces para comprar una casa, un auto o emprender un negocio se volvieron impagables.
Para frenar la catástrofe, el gobierno aplicó el Fobaproa (Fondo Bancario de Protección al Ahorro). Este mecanismo consistía en que el gobierno absorbiera las deudas impagables de los bancos para evitar que quebraran. La idea era evitar una crisis mayor que afectara a millones de ahorradores y empresas, pero el problema fue cómo se hizo y a quiénes se benefició.
Muchos bancos aprovecharon el Fobaproa para colar deudas privadas o infladas, incluidas deudas de grandes empresarios y políticos. Y todo eso se convirtió en deuda pública, lo que significa que el pueblo —tú, tus padres y las siguientes generaciones— están pagando ese rescate con sus impuestos. Y sí, la deuda del Fobaproa sigue existiendo y se sigue pagando cada año desde el presupuesto federal.
AMLO y el poder absoluto
Avanzamos al sexenio de Andrés Manuel López Obrador, quien llegó al poder en 2018 con promesas de cambio, justicia social y combate a la corrupción. Pero, un sexenio después, lo que muchos ven es un país más polarizado, militarizado y con instituciones debilitadas.
La cancelación del NAIM costó miles de millones de pesos. El Tren Maya y la Refinería de Dos Bocas siguen en el ojo del huracán por sus costos elevados, impactos ambientales y opacidad. Programas como las “Vaquitas del Bienestar” terminaron en fraude. Mientras tanto, el presidente entregó más poder a las Fuerzas Armadas. ¿Dónde quedó el “poder civil”? ¿Dónde están los contrapesos?
Además, su estilo confrontativo y su constante ataque a periodistas, científicos y organismos autónomos no ayudó mucho al clima democrático. Y, aunque siempre presumió estabilidad económica, la pobreza y la desigualdad siguen siendo parte del paisaje.
¿Quién fue peor?
Quizá esa no es la verdadera pregunta. Porque más allá de si Zedillo hipotecó el país o si AMLO es el populista que debilitó las instituciones, el punto central es que ambos gobiernos tomaron decisiones que priorizaron sus agendas sobre el bienestar colectivo.
Zedillo fue el presidente del “no había alternativa”, y AMLO el del “tengo otros datos”. Pero en ambos casos, la ciudadanía no fue protagonista, sino rehén de decisiones tomadas desde arriba.
Pero antes de entrar en debates de “mejor el PRI que Morena” o viceversa, preguntémonos qué aprendimos de esas crisis, y sobre todo: qué estamos exigiendo hoy como ciudadanía.
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