Japón es famoso por su alta esperanza de vida y el bienestar de sus adultos mayores. Okinawa, por ejemplo, es considerada una zona azul, hogar de algunas de las personas más longevas y “felices” del mundo. Pero detrás de esta imagen hay una realidad mucho más dura: para muchas mujeres mayores, la cárcel se ha convertido en su único refugio.
“Prefiero la cárcel a estar sola”
Akiyo tiene 81 años y está cumpliendo condena por robar comida. No porque sea una delincuente, sino porque no tenía otra opción. Sin dinero ni apoyo, y con un hijo que le dijo: “Ojalá desaparecieras”, la prisión se convirtió en su hogar.
“Aquí al menos tengo un techo, comida y personas con quien hablar. Tal vez esta sea la vida más estable para mí”, confesó a CNN.
Y Akiyo no es la única. Desde 2003, el número de mujeres mayores de 65 años en prisión se ha cuadruplicado. Muchas de ellas cometen delitos a propósito para ser arrestadas y poder tener un techo bajo el cual dormir.
Un frío peor que el invierno: el abandono
En Japón, una de cada cinco personas mayores de 65 años vive en la pobreza, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Para muchas mujeres, en especial las que han enviudado o nunca se casaron, la situación es aún peor.
“Hay personas que vienen aquí porque afuera hace frío o porque tienen hambre”, explicó Takayoshi Shiranaga, oficial de la prisión de Tochigi.
En la cárcel tienen algo que fuera no pueden conseguir: tres comidas al día, atención médica gratuita y un sentido de comunidad.
Tanto así que algunas mujeres han dicho estar dispuestas a pagar hasta 30,000 yenes ($190 dólares al mes) si pudieran quedarse en prisión para siempre.
Cometen crímenes solo para volver a la cárcel
La mayoría de estas mujeres no son criminales peligrosas, sino víctimas de un sistema que las ha dejado atrás.
Más del 80% de las mujeres mayores encarceladas están presas por robo, en su mayoría por robar comida o artículos básicos. Yoko, de 51 años, ha estado en prisión cinco veces en los últimos 25 años y ha visto cómo cada vez llegan más ancianas.
“Algunas personas hacen cosas malas a propósito para que las atrapen y puedan volver a prisión cuando se quedan sin dinero”, contó.
El problema es que, una vez que salen, no tienen a dónde ir, ni el gobierno ni nadie les brinda ayuda o alguna forma de reintegrarse. “Incluso si logran reintegrarse a la sociedad, no hay nadie que las cuide. Muchas han sido abandonadas por sus familias y simplemente no tienen un lugar al que pertenecer”, explicó una guardia de seguridad.
¿Qué está haciendo Japón?
El gobierno japonés ha reconocido el problema y ha empezado a probar soluciones, como: la creación de programas de apoyo para ayudar a las exreclusas a reintegrarse, centros comunitarios para adultos mayores sin familia, brindar educación sobre cómo vivir de manera independiente, e incluso facilitar el acceso a subsidios de vivienda para ancianas en situación vulnerable.
Pero, para muchas mujeres la ayuda ha llegado demasiado tarde. En octubre, después de cumplir su condena, Akiyo fue liberada. Un mes antes, confesó su miedo:
“Estoy llena de vergüenza y temo enfrentarme a mi hijo. Ser vieja y estar sola es muy difícil. Ojalá hubiera sido más fuerte y hubiera tenido una vida diferente… pero ahora ya es tarde”.
Japón enfrenta una crisis silenciosa y desgarradora. Miles de mujeres mayores, abandonadas y empobrecidas, encuentran en la cárcel su única esperanza de vivir con dignidad.
Deja un comentario