Cada junio, las calles del mundo se pintan de arcoíris, y pancartas coloridas. Y sí, claro que hay que celebrar: porque el simple hecho de poder salir a las calles siendo tú misme, ya es en sí un triunfo. Pero detrás de la fiesta y el glitter, hay algo que no podemos ni deberíamos olvidar: el Día Internacional del Orgullo LGBT nació como una respuesta política.
Su origen está en los disturbios de Stonewall en 1969, cuando un grupo de personas LGBT —muchas de ellas trans y racializadas— se hartaron de las redadas policiales y decidieron defenderse. Lo que empezó como una noche de resistencia se convirtió en un movimiento mundial que hoy seguimos celebrando… y por el que seguimos luchando.
La discriminación no se ha ido
Según la Encuesta Nacional sobre Diversidad Sexual y de Género (ENDISEG) 2021, en México el 28.7% de las personas LGBT+ han experimentado discriminación directa en el último año. Y si hablamos de personas trans, la cifra sube aún más.
A esto hay que sumarle que, aunque el matrimonio igualitario ya es legal en todo el país, en 2023 se registraron al menos 62 crímenes de odio por orientación sexual e identidad de género, según datos de organizaciones civiles como Letra S. Y sabemos que muchos casos ni siquiera se denuncian.
Más allá de las cifras, la discriminación también se refleja en las oportunidades: las personas LGBT+ tienen más probabilidades de vivir desempleo, acoso escolar y problemas de salud mental. De hecho, según el INEGI, más del 40% de las personas LGBT+ ha tenido ideas suicidas en algún momento de su vida, cifra que preocupa y que debería hacernos reflexionar.
El Pride sigue siendo protesta
Sí, por supuesto que es fiesta, y se vale celebrar todo lo que se ha logrado: más visibilidad, más representación en medios, avances legales. Pero también es importante recordar que la lucha sigue: cada año vemos discursos de odio en redes, agresiones físicas, burlas, y hasta propuestas de ley que buscan quitar derechos ya ganados.
Salir a la calle con una bandera arcoíris, besar a quien amas en público o simplemente decir “soy parte de la comunidad” sigue siendo, para muchas personas, un acto de valentía. Y eso es profundamente político.
Además de celebrar, no podemos olvidar que toca seguir exigiendo:
- Que se cumplan las leyes contra la discriminación, y que las autoridades investiguen de verdad los crímenes de odio.
- Que todos los estados garanticen el derecho a la identidad para las personas trans, sin burocracia, sin costos y sin requisitos patologizantes.
- Más políticas públicas de salud mental específicas para población LGBT+, y capacitación obligatoria para que médicos, policías y funcionarios dejen de reproducir estigmas.
- Programas de inclusión laboral y campañas de educación para combatir los prejuicios desde las escuelas.
Porque tener un marco legal está bien, pero hacerlo cumplir es lo que realmente salva vidas.
El Pride no nació solo para que las marcas cambien su logo en junio, sino para recordar que la diversidad existe, que la lucha sigue y que todavía hay mucho por hacer.
Celebremos con orgullo, sigamos alzando la voz, exijamos a nuestro gobierno que garantice derechos y vidas dignas. Existir, amar y vivir libres sigue siendo un acto revolucionario.
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