La conversación en torno a la portada del nuevo álbum de Sabrina Carpenter, Man’s Best Friend, sigue encendida. La imagen —donde la cantante aparece de rodillas mientras un hombre le sostiene el cabello— ha sido descrita por algunas voces como misógina, regresiva, e incluso como una “glamoración de la sumisión femenina”.
En paralelo, otra portada comenzó a circular en redes: la del más reciente disco de Lorde, donde se muestra su entrepierna cubierta únicamente por unos pantalones transparentes. Y aunque esta última es algo más explícita, no ha recibido el mismo tipo de crítica.
La comparación no tardó en surgir: ¿por qué una imagen incomoda más que otra? ¿Qué nos dice eso sobre cómo seguimos leyendo el cuerpo femenino?
El cuerpo como campo de batalla
Simone de Beauvoir escribió que el cuerpo de las mujeres es un campo de batalla, y hoy sigue siéndolo. Mientras la fotografía de Lorde parece alejarse del deseo masculino directo, la de Sabrina está cargada de una estética que remite a fantasías visuales más tradicionales. Pero ahí también entra un matiz importante: la ironía.
Sabrina ha construido su personaje pop a partir del humor y la provocación. En sus canciones, en sus entrevistas, y ahora también en sus portadas, juega con estereotipos que podrían parecer sexistas, pero lo hace desde una postura supuestamente consciente.
El problema es que la ironía no siempre desactiva la maquinaria que la rodea. ¿Puede una imagen que simula sumisión dejar de ser leída como sumisión, solo porque la intención es satírica? Quizá es ingenuo pensar que sí.
¿Ironía suficiente para golpear al patriarcado?
La industria musical sigue profundamente atravesada por estructuras patriarcales. Como decía Madonna en uno de sus discursos, una mujer puede ser sexy, pero no demasiado lista, ni demasiado libre, ni demasiado vieja, ni demasiado provocadora. Se le permite ser deseada, pero no desear.
Y aunque Sabrina tenga cierta agenda sobre su imagen —y una voz que cada vez se hace más fuerte dentro del pop— el contexto no cambia tan fácil. Trabaja en un sistema que gana millones moldeando cuerpos femeninos, vendiendo fantasías desde un lente masculino, aunque estas se presenten con envoltorio irónico.
Pero claro, también estamos en una era en la que las mujeres pueden ser dueñas de sus propias fantasías y ahí es donde se marca la diferencia. Si bien existe un acto de sumisión en la portada de Sabrina, es ella misma quien desea hacer este acto y no porque un hombre la está obligando. Es parte de su narrativa irónica y al mismo tiempo “sexy”.
Tampoco podemos pasar por alto que hay un factor de racismo estético en juego. Tanto Lorde como Sabrina se benefician del canon de belleza blanca y delgada. ¿Recibirían la misma lectura “artística” o “irónica” si fueran mujeres negras, morenas o de tallas grandes?
Basta mirar cómo figuras como Nicki Minaj, Cardi B o Lizzo han sido tachadas de “vulgares” o “demasiado” por mostrar sus cuerpos bajo sus propios términos. El doble estándar no es nuevo, pero sí es cada vez más evidente.
Este no es un juicio moral ni sobre Sabrina ni sobre Lorde. Ambas tienen derecho a usar sus cuerpos como quieran y realmente no deben justificar a nadie.
Sentir incomodidad ante estas imágenes no es malo. De hecho, puede ser el inicio de una reflexión más compleja sobre cómo operan el poder, el deseo y el sistema que capitaliza con cada parte del cuerpo femenino. Amar la música de una artista y, al mismo tiempo, cuestionar las estructuras que la rodean no son cosas opuestas: son parte de lo mismo.
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