El feminicidio de Keila Nicole, de apenas 13 años en San Quintín, Baja California, ha conmocionado al país no solo por la brutalidad del crimen, sino por la aparente influencia que tuvo sobre el agresor una serie de televisión: “Dexter”. Según la Fiscalía del estado, el joven de 16 años detenido por feminicidio planeó el crimen y confesó que su “inspiración” surgió a partir de esta producción que retrata a un asesino en serie con doble vida.
¿Qué pasó con Keila Nicole?
El 2 de julio, la madre de Keila reportó su desaparición. La menor había salido a casa de unas amigas, pero no volvió. Horas más tarde, Keila alcanzó a enviar un mensaje de texto a una amiga donde expresaba que tenía miedo.
Días después, las autoridades localizaron su cuerpo desmembrado. De acuerdo con la fiscal Ma. Elena Andrade Ramírez, el crimen fue planeado: en la casa del joven encontraron dibujos de figuras humanas mutiladas, y evidencias claras de la intención de ejecutar un acto violento.
Feminicida de Keila Nicole dice que se inspiró en la serie de televisión ‘Dexter’
Durante una conferencia de prensa, la fiscal informó que Cristian Iván admitió haber tomado la “idea” del programa “Dexter”, una serie de televisión que retrata la vida de un forense que por las noches actúa como asesino serial, bajo un “código moral” que lo obliga a matar a otros criminales. Según la investigación, el agresor eligió el lugar, esperó a su víctima, y cometió el crimen con premeditación.
La fiscalía también abrió una investigación contra tres policías municipales, por posible omisión, ya que la madre de Keila había acudido previamente a pedir ayuda y no fue atendida.
Actualmente, el culpable está detenido por el delito de feminicidio, aunque por su edad podría recibir una pena máxima de cinco años, según la legislación vigente para menores de edad.
¿Fue ‘Dexter’ el detonante?
Aunque la mención de la serie “Dexter” acaparó los titulares, culpar a una producción televisiva como el origen del feminicidio es un error. Si bien el agresor pudo haber tomado referencias estéticas o simbólicas de la serie, eso no convierte al programa en responsable del crimen.
Ese tipo de declaraciones tienden a simplificar y desviar la atención del verdadero problema: la violencia estructural, el machismo, la falta de educación emocional y una cultura que normaliza la misoginia.
Como bien señaló la fiscal general Ma. Elena Andrade Ramírez, no hay un móvil claro en este crimen. Y eso es justo lo más escalofriante. Se trata de una violencia que no necesita una razón concreta para activarse, porque ya está naturalizada.
No estamos ante una mente “enferma” que fue corrompida por la televisión, sino ante un adolescente que creció dentro de un sistema que permite, minimiza y hasta justifica la violencia de género.
A menudo, cuando nos enfrentamos a crímenes así, buscamos respuestas rápidas: que si el agresor tenía un trastorno, que si veía muchas series violentas, que si era solitario. Pero como bien ha señalado el historiador Villalpando:
“El feminicidio no es un acto de locos, sino de hombres comunes y corrientes… La expresión extrema de una epidemia donde los perpetradores están absolutamente conscientes de sus actos”.
Una cultura que normaliza la violencia
En ese sentido, el feminicidio de Keila Nicole no es producto de una serie de televisión ni una desviación mental, sino la expresión más brutal de lo que ocurre cuando los mensajes de impunidad y permisividad hacia la violencia se repiten desde la familia hasta las instituciones.
La fiscalía halló dibujos de cuerpos desmembrados en la casa del agresor, y pruebas de que el crimen fue cuidadosamente planeado. Sí, “Dexter” pudo haberle dado forma o “estética” a la fantasía del agresor. Pero no fue lo que lo hizo matar.
Justificar el crimen con la influencia de una serie es distanciarnos del problema, como si se tratara de excepciones raras y no de síntomas de una cultura violenta, machista y negligente.
La historia de Keila Nicole no es una anécdota de horror con tintes televisivos. Es un feminicidio en un país donde miles de niñas, adolescentes y mujeres desaparecen o son asesinadas cada año, muchas veces tras haber pedido ayuda. El problema no está en la ficción. Está en la realidad.
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