La noticia llega y, en un abrir y cerrar de ojos, el mundo parece detenerse por un momento. Esa canción, serie o libro, que nos acompañó en los días felices, esas canciones que nos dieron fuerza en momentos difíciles, de pronto se sienten diferentes. Y, es que, cuando una celebridad se va, no sólo nos despedimos de una persona famosa; también decimos adiós a una parte de nosotros mismos.
Formamos un lazo emocional
La pérdida de un artista toca algo profundo de nuestro ser. Ellos con su música, sus películas, sus libros, nos han acompañado en tantas etapas de la vida que, al despedirnos, sentimos que algo en nuestro interior también se va.
Nos duele porque esos momentos, esos recuerdos y emociones que nos regalaron, son reales y eternos. Los artistas logran algo casi mágico: convierten sus emociones en canciones, poemas, imágenes, y de alguna manera, logramos identificarnos con ellos. Aunque jamás los hayamos conocido en persona, hay una conexión única.
Verlos y escucharlos todo el tiempo se vuelve algo común en nuestra rutina que, sin darnos cuenta, los idealizamos y creamos nuestra propia identidad a partir de eso. A pesar de no conocerlos en persona, la oportunidad de ser parte de su día a día genera una especie de vínculo y cercanía.
No sólo los vemos por nuestra pantalla, cuando eres fan, acompañas a tu ídolo en sus miedos, en sus victorias y en sus tristezas. Al final, crecemos junto a ellos, es inevitable crear un lazo emocional.
La importancia de los ídolos en nuestra vida
Para muchos, la música, el arte y el cine son refugios. Cuando parece que nadie te entiende, cuando el mundo pesa más de la cuenta, está esa canción que parece escrita para ti. Ese verso que describe justo cómo te sientes. Los artistas, de alguna manera, nos enseñan a vivir, a enamorarnos, a soñar. Nos invitan a atrevernos y a entender que, detrás de cada historia, cada lucha y cada éxito, hay una vida tan compleja como la nuestra.
Cuando un artista se va, nos duele porque sentimos que perdemos una amiga o amigo, una persona cercana, alguien que nos conocía sin haber intercambiado nunca una palabra. Sus historias son las nuestras, sus sueños y miedos se parecen tanto a los propios. Nos duele también porque nos recuerdan nuestra propia fragilidad. Ellos, que parecían tenerlo todo, que parecían invencibles, también son humanos.
El legado que perdura
A pesar de la tristeza, también queda algo hermoso: el legado. La música, los videos, los momentos que compartimos a través de sus creaciones. Porque aunque ya no estén físicamente, siguen ahí, con nosotros. Sus canciones nos seguirán llenando de energía, sus personajes seguirán haciéndonos reír o llorar.
Nos dejan una parte de sí que no desaparece con su partida, y cada vez que volvemos a esos recuerdos, a esas canciones, nos sentimos un poco más cerca de ellos.
Lloramos la muerte de los artistas porque ya no veremos a esa amiga o amigo tan especial, pero, de alguna manera, también lloramos a esa parte de nosotros que dejamos en cada disco, en cada película, en cada concierto. Nos despedimos, pero, al mismo tiempo, celebramos todo lo que nos dieron. Porque nos mostraron que, al final, el arte es lo único capaz de vencer al tiempo.
Entonces, sí, duele. Y está bien que duela. Porque significa que vivimos intensamente cada momento, cada canción. Nos aferramos a los recuerdos, y es ahí donde los artistas viven para siempre.
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