En X, se desató un debate bastante tenso sobre el uso de slurs como joto y perra, y cómo, a pesar de todo, parecen haberse normalizado tanto que ahora todo el mundo usa de manera normal. Todo comenzó con una crítica en la que se cuestionaba por qué las mujeres cisgéro tienen normalizado decir joto. Y bueno, ciertamente es un tema delicado porque toca dos cosas bien intensas: la homofobia y la misoginia.
¿Las mujeres no deberían usar la palabra “joto”?
Para entender todo este rollo, hay que hablar de la famosa reapropiación del lenguaje. Este fenómeno ocurre cuando un grupo toma un término que históricamente se ha usado para denigrarlo y lo transforma en algo que significa lo opuesto, en lugar de ser un insulto, pasa a ser un símbolo de empoderamiento.
Por ejemplo, en el caso de joto, algunos dentro de la comunidad LGBTQ+ lo han hecho suya, transformando lo que antes era un insulto homofóbico en una forma de resistencia y lucha. De alguna manera, lo toman para sí, haciéndolo parte de su identidad. Pero cuando una mujer cisgénero lo usa, esto genera un chispazo, especialmente porque muchos consideran que el término sigue teniendo una connotación de agresión hacia la comunidad gay.
¿Qué pasa con “perra” o “golfa”?
La cosa no termina ahí. Muchos usuarios rápidamente mencionaron otro tema igualmente polémico: el uso de términos como perra, puta o golfa. Estos insultos, cargados de odio y violencia hacia las mujeres, también se han vuelto comunes en muchas conversaciones, y no sólo en contextos misóginos, sino también dentro de la comunidad gay.
Lo cierto es que, aunque algunos creen que estas palabras pueden empoderar a las mujeres al usarlas como broma o como una especie de defensa, siguen siendo slurs, con una fuerte carga negativa. Y aquí entra el conflicto: si las mujeres no pueden decir joto, ¿entonces los gays no pueden decir perra, puta o golfa?
La respuesta es complicada. Porque, ciertamente, el lenguaje puede ser un arma de empoderamiento, pero también puede ser un vehículo de violencia, y ahí está el dilema.
Es importante reconocer que tanto la homofobia como el machismo se alimentan de las palabras, y si seguimos sin cuestionar el uso de términos peyorativos, estamos contribuyendo, sin querer, a mantener estos sistemas de opresión. Lo cierto es que, si vamos a criticar el uso de un término, entonces deberíamos también ser críticos con otros que denigran a otros sectores de la población.
Al final del día, la respuesta no está en tomar un lado u otro, sino en reflexionar si de alguna forma estamos contribuyendo a la violencia y opresión de un grupo, comunidad o sector. Pero, ¿tú qué opinas?
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