Casi 80 días de enfrentamientos han sumido a Sinaloa en una espiral de violencia que parece no tener fin. El origen de esta crisis se remonta a hace cuatro meses, cuando la detención de Ismael “El Mayo” Zambada, uno de los capos más emblemáticos del narcotráfico mexicano, encendió la mecha. Desde entonces, las facciones del Cártel de Sinaloa, “Los Chapitos” y “Los Mayos”, se han enfrascado en una brutal lucha, dejando a su paso un estado en ruinas.
Cámaras silenciadas, calles tomadas
Este último fin de semana fue un recordatorio amargo de lo que Sinaloa ha enfrentado desde septiembre: 46 homicidios en una semana, 11 de ellos el pasado domingo.
La disputa por el control territorial ha dejado a su paso un mensaje escalofriante: que nadie mire, que nadie sepa. En 27 puntos de Culiacán, 65 cámaras de videovigilancia fueron baleadas, dejando al estado ciego y a los ciudadanos aún más vulnerables. Mientras las autoridades dicen que reponer los equipos tomará entre 30 a 45 días, la pregunta que flota en el aire es: ¿qué es lo que se intenta ocultar?, ¿por qué balear las cámaras?
Además de las cámaras, las calles se llenaron de objetos ponchallantas que inutilizaron cinco vehículos cerca de la iglesia La Lomita, un símbolo de la ciudad, mientras que 31 reportes de disparos de armas de fuego se registraron en diversas colonias.. Los sicarios no sólo buscan intimidar, sino paralizar cualquier intento de control o resistencia.
Una rutina marcada por la inseguridad
En el fraccionamiento Isla Musala, dos hombres fueron secuestrados y liberados con signos evidentes de tortura. Pero no todos tienen la misma suerte: más de 500 personas han sido privadas de su libertad desde que comenzó esta ola de violencia el 9 de septiembre, según cifras de colectivos de búsqueda; mientras que la Fiscalía del estado reporta 345, un reflejo del abismo entre las cifras oficiales y la realidad.
Los culiacanenses viven entre balaceras, vehículos robados (1,349 reportados hasta ahora) y una constante incertidumbre. Las calles, usualmente vibrantes, amanecieron semivacías este lunes. Y aunque el transporte público opera con normalidad, la ciudad parece contener el aliento, como si temiera lo que vendrá.
Escuelas cerradas, estudiantes a distancia
La violencia también ha impactado la educación. Este lunes, los campus de la Universidad Autónoma de Sinaloa en Culiacán y Navolato optaron por clases virtuales. Aunque la Secretaría de Educación Pública y Cultura no ha decretado la suspensión oficial de clases presenciales, muchos planteles han tomado la decisión de proteger a estudiantes y profesores.
La educación, que debería ser un refugio seguro, se adapta a la amenaza constante. Los jóvenes, en lugar de preocuparse por exámenes o tareas, enfrentan el temor de salir a las calles.
¿Qué dice el gobierno?
Mientras la ciudadanía vive aterrorizada, el gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha, califica la situación como “altibajos en el combate al crimen organizado”. Pero para quienes han perdido a un ser querido o viven con el miedo constante, estas palabras son poco más que un insulto.
Desde el inicio de esta crisis, cientos de personas han sido asesinadas y unos cientos más han desaparecido. Las balaceras no cesan, las casas son incendiadas, y la vida cotidiana se ha convertido en una lucha por sobrevivir.
Sinaloa desde hace años es un estado marcado por el narcotráfico, pero la violencia de estos últimos 77 días evidencia que el problema ha escalado a niveles insostenibles. En una región donde la vida parece tener cada vez menos valor, el silencio de las cámaras baleadas se convierte en un símbolo de la desprotección que sienten las y los ciudadanos.
El estado necesita acciones contundentes que devuelvan la seguridad a las calles y la esperanza a su gente. Porque en Sinaloa, los días no sólo pasan; se cuentan en vidas perdidas y sueños apagados.
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